Historias calientes de Portugal
Un día cualquiera, en una ciudad cualquiera, en un edificio cualquiera. Una borrachera como las de siempre, una llegada a casa a horas intempestivas.
No le dio tiempo a vestir el pijama, cayó sobre la cama en ropa interior y el resto del cuerpo desnudo siendo acariciado por un leve frio que le ponía el vello de punta. Hubiera resultado apetecible a cualquier miranda llena de deseo, sólo sobre la cama indefenso, respirando profundamente.
Se oye un gran golpe, seguido de una retaila de golpecitos igualmente molestos. Se despierta con sobresalto y agitado. Parece que llaman a la puerta. Decide no abrir. Continuan los inoportunos ruiditos. ¿Qué hora es?. 8 a.m. Decide levantarse, tal y como se acostó. Va hacia la puerta. ¿Quién es? No hay respuesta, pero los golpes siguen machacnado su cabeza resacosa. No puede saber lo que ocurre fuera. La puerta antigua no está provista de las modernas mirrillas que deforman la realidad, sino por una especie de invención evanística que permite levantar una escotilla y ver la escalera. Si la abriera el ruido le delataría. Decide mirar por un agujerito oradado en la puerta, vestigio de una antigua cerradura.
La visión es casi nula, se atisban unas rodillas, continúa con la ascensión hasta detenerse en un culo pefercto marcado por un pantalón ajustado que realza las voluminosas y apetecibles formas. Sigue la ascensión, deteniéndose en cada etapa como si de un escalador se tratara, necesita tomar aire en cada parada, la visión es cada vez más erótica, pronto su zona genital toma vida propia. Un hombre, vestido de obrero, cuerpo perfecto y cara de aunténtico dios. Está trantando de hacer un agujero en la pared con un martillo y cincel. Se detiene a observar como trabajar, reparando en cada detalle de un cuerpo esculpido a base de trabajo y quién sabe si de algún deporte ocasional.
La cabeza se le llena de fantasías sexuales muy morbosas. Abrir la puerta, y hacer alguna pregunta tonta para que una cosa lleve a la otra y acabar juntos en la cama...
Follar hasta que el sudor empape las sábanas y la habitación se llene del olor dulzón y pesado del sexo. Pero al final todo acaba como una fantasía, sólo en su habitación. Aliviando la tensión creada por el obrero y la situación voyeurística.
P.D.: Qué pena no haber abierto la puerta....